La Semana Santa es la conmemoración universal, en toda la iglesia Católica y en las
confesiones protestantes y ortodoxas, de la pasión, muerte y resurrección de Jesús Nazareno. Se
celebra en primavera, coincidiendo con la Pascua judía de Pesaj, que conmemora la liberación de
Egipto y que los hebreos siguen celebrando en la misma fecha. Jesús había acudido a Jerusalén para
celebrar la Pascua y lo que para los católicos es la última cena era la comida ritual que la abría
y que se celebra en el primer plenilunio tras el equinoccio de primavera. Jesús fue detenido tras
esta cena de Pascua, que celebra al ponerse el sol del jueves; fue interrogado y torturado en la
madrugada y en la mañana del viernes, primer
Día de Pascua;
murió en la tarde de ese día; fue desclavado y enterrado apresuradamente antes de que anocheciera
porque los judíos no podían hacer ningún trabajo tras la puesta de sol del viernes que inauguraba
el sábado, día santo de los hebreos y el más grande de la Pascua; y resucitó en la madrugada del
domingo, siendo descubierto su sepulcro vacío en las primeras horas de ese día.
La Iglesia ha conmemorado con fidelidad estos hechos cruciales respetando las
fechas de la Pascua Judía en que históricamente acontecieron. Asimismo, la Iglesia ha reconocido
que la celebración de la liturgia, salvaguardando lo esencial, debe corresponderse a la cultura de
los diferentes pueblos. Desde esta diversidad en lo idéntico y esta unidad en la diferencia, se ha
desarrollado aparatos litúrgicos muy distintos entre sí para conmemorar los sagrados misterios de
la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Semana Santa en Sevilla
Cabe mención especial, hablar de la Semana Santa en Sevilla. Una tradición
ancestral que se vive de un modo único en la capital andaluza.
La Semana Santa de Sevilla nace del encuentro entre Sevilla y Dios, es decir,
entre una creencia y una ciudad que se funden hasta hacer difícil percibir los límites entre
religión y vida cotidiana.
Durante la
Semana Santa
la calle parece invadir los templos al albergar a la bulliciosa y un punto caótica multitud de
curiosos y devotos que acuden por las mañanas para ver los pasos, mientras por las tardes y las
noches las calles y plazas se hacen templos al acoger los largos cortejos procesionales que
escoltan a las sagradas imágenes en los altares portátiles de sus pasos, sobre los que van desde
sus templos a la Catedral.
Se trata de una fiesta a la vez sagrada y profana, religiosa y cívica, antigua y
moderna, legado patrimonial del pasado y construcción actual, en la que todo está medido y a la vez
es expresión espontánea de lo popular. Quien se aproxime a ella ha de tener en cuenta que, cuando
se suma lo medieval, lo barroco, lo romántico, lo regionalista y lo actual, no como mera
acumulación histórica y museística, sino como continua reinterpretación y actualización elaboradas
a la vez por las clases populares e ilustradas, por ortodoxos y heterodoxos, por laicos y clérigos,
por creyentes y agnósticos, por santos y pecadores, por individualidades creadoras y por colectivos
anónimos, necesariamente se produce el desconcertante pero enriquecedor y complejo fenómeno de que
algo sea cierto a la vez que lo es su contrario. No existe una única
Semana Santa,
y por lo tanto es imposible una única definición de razón de ella. Aunque sí es posible situar a
quien la visita en la más privilegiada posición para poder verla, comprenderla y sobre todo
sentirla en su maravillosa complejidad, vitalidad, belleza, sensualidad, riqueza artística y
hondura espiritual. Porque la Semana Santa de Sevilla, antes que nada, es una emoción que afecta a
los sentimientos esenciales.
El amor y el dolor, la vida y la muerte, la sangre y las lágrimas, la carne y el
espíritu, la eternidad y la finitud, los muertos y los vivos, aquello que se teme y aquello que se
aguarda, están en la calle, bajo la luz plena de las tardes de marzo o de abril, o en las noches
tibias y claras de la primavera sevillana.
Imaginería
Algo característico y propio de la fiesta litúrgica adaptada al genio y a la
cultura de la ciudad, es el culto a las imágenes sagradas. Sevilla ha escogido la estética barroca
como la que mejor se aviene a la sensibilidad de la ciudad, conservando al culto sobre todo
imágenes de los siglos XVII y XVIII, esculpiendo tras ellos en estilo barroco hasta hoy y
desechando a lo largo de la historia las imágenes góticas anteriores.
En los primeros años treinta del siglo XX, en el marco de la ciudad que se
sentía renacer ante la expectativa de la Exposición de 1929, y era reinventada con palabras por los
escritores del Idealismo Sevillano (Manuel Chaves Nogales, Rafael Laffón, Juan Sierra) y con nuevos
trazados urbanísticos y edificaciones por los arquitectos regionalistas, la Semana Santa conoció la
mayor y hasta ahora la última transformación de su historia, añadiéndose lo regionalista y
costumbrista a lo barroco y decimonónico. Al igual que gran parte de la fisionomía «tradicional» de
la Sevilla actual se creó en la década de los treinta, podría decirse que la Semana Santa actual es
la que se recreó en esos mismos años. Se trataba de una operación de reinvención y de inserción de
lo nuevo en lo antiguo.
Todo ese legado de historia, arte y tradición se ha mantenido en vida gracias al
poder de las imágenes. Esta vida de las imágenes es un rasgo andaluz y sevillano. Devoción a ellas
las hay en otros lugares de la cristiandad, como no; pero en muy pocos con este rasgo de
humanización de la divinidad.
La vinculación vital y devocional con las imágenes no ha conocido
desfallecimientos en Sevilla en los últimos cuatrocientos años. Lo que se demuestra en el hecho de
que las que congregan mayor fervor religioso son del siglo XVII, con el Gran Poder (1620) y la
Esperanza Macarena a la cabeza.
Es la fiesta por excelencia de la ciudad porque la propia ciudad, la hace, la
vive y la siente.
Marchas procesionales
Las marchas procesionales durante la Semana Santa son bien conocidas por todas
las personas católicas y amantes de la Semana Santa en general. Compositores próximos al
nacionalismo musical como los Font crean en los años diez y veinte nuevas marchas fúnebres como
«Amargura» y «Soleá dame la mano», y el músico militar Farfán inventa un nuevo modelo de marcha
procesional de sorprendente alegría y gracia, como las popularísimas «Estrella sublime» o «Pasan
los campanilleros», perfecta expresión del gozoso colorido de la Semana Santa más
costumbrista.
Toda la música de la Semana Santa se reinventó en esos años, sobreviviendo de lo
antiguo sólo las «saetillas» que un trío de fagot, clarinete y oboe interpretan en el deslumbrante
cortejo de Jesús Nazareno.